Llegó con el amanecer y se fue al caer el sol, y es que al margen de la sangría, la trayectoria de esta saga suena hasta romántica. Por encima de parodias zombies y vampiros prepúberes, SAW se ha convertido a pulso en el referente absoluto de esta década en lo tocante a cine de terror, dada su constancia ritual del 2003 al 2010, forjada por petición de un público entregado más que por modas externas e incluso necesidades internas. Un sustento vitalicio que explica a su vez por qué nos encontramos ante el presunto capítulo final. SAW lleva demasiados halloweens nutriéndose de la sangre de incondicionales, es por eso que las famosas campañas de donación de sangre, habituales en cada promoción, se me antojen irónicas en retrospectiva. No sangre, no SAW, así de visceral es la realidad subyacente de esta franquicia. La realidad que explica como SAW 7 pasó de ser penúltima a última secuela tras el batacazo de la sexta, de ser 2D a 3D como último recurso de tirón comercial, y de ser cerebral a descerebrada con el apurado collage de los guiones de la séptima y octava parte.
Tampoco sería justo culpar a SAW 7 del descalabro de la saga, con los de sobra conocidos tambaleos que ha ido dando en su intento por mantener la compostura. Pero con la responsabilidad de ser el broche de la saga, es razonable que tenga todas las papeletas para servir como cabeza de turco.
Aquí ya no valen los finales abiertos con cliffhangers apoteósicos, ni los agujeros de guión parcheados con otros mayores. Se acabó el tragar objetos camuflados en cera, esconder cartas trascendentales, recibir cajas misteriosas, entregar sobres anónimos y demás gymkhanas guionísticas. Con SAW 7 había que mojarse, nada de pasar el mochuelo al siguiente, y el “dead end” era previsible y comprensible. Eso sí, podían haberlo hecho mucho mejor. El final de SAW 7 resulta un tanto decepcionante tanto en su trama individual como en la global, y hablamos de una saga donde los finales conforman una parte esencial de su calidad.
Puesto que en esta saga hay destripes que hacen más daño que los propios de Puzzle me abstengo de spoilear, pero creo justo matizar que la culpa de esta infame resolución deberían compartirla los aficionados y la espantosa mitomanía que corroe Hollywood.
A SAW 7 le ha pasado igual que a “REC 2”, por crear un paralelismo entre el Dr. Gordon (Cary Elwes) y Ángela Vidal (Manuela Velasco). La gente se encariñó tanto de estos personajes por protagonizar las originales que no supo enterrar sus cadáveres, querían más y más aunque no viniese a cuento, y está claro que el fanatismo es la piedra angular de la nigromancia en el cine. Curiosamente, este paralelismo entre ambos se aplica incluso en la inversión de sus roles originales, y como dice la tarjeta, “hasta aquí puedo leer”. Que básicamente ya lo habían hecho con Amanda Young, repescada en las secuelas por encoñamiento popular, pero al menos contó con varias secuelas para ir maquillando las excusas con flashbacks sacados de la manga.
Vista la saga en retrospectiva una vez más, es interesante comprobar que pese a ser de las pocas que ha sabido mantener sus rasgos de identidad con el tiempo, la fórmula “ingenio + gore” se ha ido desnivelando progresivamente hasta tocar extremos. De una SAW inteligente y cerebral donde la tortura era efectiva por lo sugerente, a una SAW 7 sin atisbos de ingenio que busca la compensación regodeándose en el gore explícito, gráfico y desmedido; algo que no deja de ser una decisión sensata para nivelar la balanza cuando es imposible encontrar el equilibrio.
Kevin Greutert retoma la dirección sustituyendo a última hora a David Hackl (“SAW 5”), y aún con la ventaja de la continuidad directa parece perdido en ocasiones. Podría deberse a la macedonia de guiones de Patrick Melton y Marcus Dunstany, que repiten por cuarta vez, o ser consecuencia del 3D, que como muchos habrán experimentado en este formato, tiende a fagocitar el ritmo, la puesta en escena y la narrativa en favor del efectismo circense. Pero insisto en que sólo sucede a ratos, por lo general la acción no decae casi en ningún momento.
La historia, aún siendo la menos trabajada de la saga, cuenta con algún aliciente como la presentación de un club de supervivientes de Jigsaw, desaprovechado y desdibujado de primeras al no saber qué dirección darle en la trama, y sirviendo a lo sumo como una excusa de cameos. Más que atar cabos como habían prometido, esta secuela retribuye a la saga con incoherencias que funcionan en sentido inverso.
Y aquí me veo obligado a señalar de nuevo los daños colaterales del fenómeno fan, porque parte de estas incoherencias tienen mucho que ver con forzar el homenaje y guiño al final de la SAW original, fusilando situaciones, diálogos e incluso el escenario, en busca del bucle por hacer “la gracia”. Ni siquiera resuelve los misterios que habían dejado caer las anteriores, véase el final de SAW 5 tras los créditos, por ejemplo.
Los actores resultan igual de poco creíbles que siempre para no variar, cosa muy a su favor, por chocante que suene, ya que actuar bien a estas alturas le hubiera restado personalidad al conjunto. Y ya entrados en asuntos de “personalidad”, mencionar de refilón (porque no merece más espacio) que en el apartado musical Charlie Clouser sigue canteándose como de costumbre, remezclando los 3 temas principales de siempre sin nada nuevo que aportar, que tampoco es tan malo como parece, más vale lo bueno conocido…
Igual de afines son los decorados y la fotografía, pese a la ausencia de David Armstrong. Si habéis jugado a los videojuegos de SAW (Konami), seguro que sentiréis cierto dejavú al ver el edificio donde tienen lugar las trampas principales. Habitaciones comunicadas por fisuras en las paredes, texturas ocres, bóvedas con tragaluces destartalados, suelos de pinchos, jaulas medievales, equilibrismo sobre tablones… han conectado con el videojuego compartiendo la misma localización, el Hospital Psiquiátrico, aunque sin ahondar en su historia y la relación con John Kramer.
Para animar un poco a los que hayan llegado hasta estos renglones, decir que técnicamente es para quitarse el sombrero, sobretodo en estos tiempos donde el bajo presupuesto hace mella en nuestro género. La creatividad retorcida de esta secuela en cuanto a sadismo y gore es enfermizamente brillante, y supera en brutalidad a las demás con diferencia, sin necesidad de 3D ni esperpénticas censuras del Ministerio.
En SAW 7 vemos al fin la “Reverse Beardtrap” en toda su gloria, más allá de la mera simulación, y que decir de la prodigiosa matanza de skinheads en el garaje, una escena descartada en anteriores porque los productores la encontraban demasiado fuerte, y que hace honor a su fama. Como curiosidad, el protagonista de esta trampa no es otro que Chester Bennington, cantante de Linkin Park, quien también pone un tema en la BSO.
Esta entrega también recoge el premio al mayor bodycount, con más de 20 muertes, por causas directas o indirectas, de mayor o menor elaboración, y a la mayor cantidad de trampas usadas, se podría decir que en ésta Jigsaw ha montado su propio Toys’R’us.
Esto es, en resumidas cuentas, lo que encontrarás en el capítulo final de SAW, si es que cumplen su palabra, que después de verla muchos apostarán por lo contrario.
Para el seguidor recalcitrante e incondicional de la saga, a lo peor resulta decepcionante, como entrega de SAW es bastante mejorable, como desenlace ni que decir, pero como película de terror sobresale de la media, y ya por último, al degustador de casquería se lo hará pasar como los indios. No merece la pena recomendar llegados a este punto de la historia. Si has visto las anteriores, ver esta es una obligación moral más que una opción, y sino, ni siquiera estarás leyendo esto.