The Battery » Crítica

Por Rubén Pajarón

Hace una década, o puede que más, “The Battery” hubiese colado como una interesante propuesta original dentro del subgénero Zombie; una baza que pierde sentido y significado en la actualidad al confluir dos factores en su contra: por un lado, una industria del cine enfangada en un recital de medidas anticrisis, que ha dado pie al auge de falsos documentales y películas indies, y por otro, el hecho de que los zombies estén viviendo su segunda edad dorada.

A estas alturas ya hemos visto un tropel de largos y cortos Z que recrean escenarios postapocalípticos donde el horror se ha normalizado (e incluso banalizado por resignación), y en el que los supervivientes están familiarizados con los no muertos, malviviendo entre ellos con indiferencia en situaciones corrientes y cotidianas. Esta sobreexplotación, producto de la suma de ambos factores, hace que “The Battery” esté muy lejos de ser original, atípica o sorprendente, aunque a su vez, es un defecto que también está lejos de ser el peor de la película.

“The Battery” documenta el transcurso de la vida de un par de amigos, Ben y Mickey, en un momento y un lugar cualquiera donde la raza humana ha quedado prácticamente extinta por culpa de los zombies.

Esta sencilla premisa abarca el inicio, nudo y desenlace de toda la historia. Jeremy Gardner, director, guionista, productor y actor protagonista (Ben), propone en su debut cinematográfico un seudoreallity apático y desganado entre dos personajes vulgares y anodinos, en un intento zafio de ofrecer “realismo” y cercanía al espectador. Una hora y cuarenta minutos de metraje donde todo parece grabado de forma aleatoria, inconsciente o improvisada, donde no ocurre absolutamente nada relevante o medianamente interesante, más que escenas de relleno una detrás de otra (redundantes y estiradas hasta la aburrición, para enfatizar la pretensión de reallity), y donde tenemos que sufrir los diálogos de besugo que monopolizan este par de pazguatos, dejando a los zombies en segundo o tercer plano.

Al llegar a la hora de duración parece que va a despegar por fin con un giro interesante, pero recae al instante en los malos hábitos, y va a ser cierto eso de que las recaídas son siempre peores, porque Gardner reserva para el final 30 minutos indescriptiblemente insufribles, rodados dentro de un coche.

Como no es justo ni merecido hacer una crítica más larga que el contenido de una película, ni dar argumentos más enérgicos que los de su guión, opto por lo que no ha sabido hacer el director, resumir: no perdáis el tiempo viendo esta película.

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