Aparecidos » Crítica

Por Emilio Martínez

Kevin Smith ya tiene un competidor en nuestro país. Al igual que el director afincando en New Jersey, Paco Cabezas ha llegado al mundo del cine formándose en la mejor cantera posible: detrás del mostrador de un videoclub. Tras su corto Carne de neón, donde consiguió reunir a actores como Victoria Abril, Oscar Jaenada o Macarena Gómez, Paco Cabezas da el salto al largometraje con Aparecidos, una historia de fantasmas ambientada en Argentina.

Sin embargo, Aparecidos no se queda en un título de terror más. Va más allá. Es una historia que ahonda en el amor, el reencuentro con el pasado y lo perversa que puede llegar a ser la mente humana. No hay mayores desgracias y salvajadas, que aquellas provocadas por la acción del hombre: genocidios, bombas nucleares o atentados en nombre de un dios, son sólo una muestra de ellas.

Aparecidos es una pequeña historia que se adentra en el terror al que se vio sometido Argentina a finales de los años setenta, en el que desaparecieron más de 30.000 personas, a manos de un gobierno que no se lo pensaba a la hora de torturar, secuestrar e incluso empalar por cuestiones políticas e ideológicas. Paco Cabezas dirige una historia intima y aterradora, de dos hermanos que en busca de conocer su pasado, reviven unos brutales asesinatos ocurridos en aquel lugar treinta años atrás.

Aparecidos comienza abusando de clichés habituales dentro del género así como de situaciones inverosímiles a cargo de los protagonistas. ¿A quién en su sano juicio se le ocurre ir a una fábrica abandonada alejada de la mano de Dios? Sin embargo, Aparecidos tiene una gran virtud. Generalmente toda película que comienza con situaciones ridículas, acaba de forma vergonzosa. Pero este no es el caso. En el momento que lo sobrenatural (que asusta un rato) va dejándose de lado para centrarse en la historia y la verdad que ansían conocer los protagonistas, Aparecidos se convierte en un título maduro, en el que se deja entrever el enorme talento que posee Paco Cabezas.

Los quince minutos finales son brutales. La tortura a la que es sometida Ruth Díaz duele, le llega al espectador, se sufre con ella... No hay sangre, ni amputaciones, ni gore... Sólo una bañera repleta de agua.

Hablando de Ruth Díaz, ella es el alma de la película. Su ojos, expresividad y fuerza se comen la cámara. Pese a que la química con Javier Pereira no termine de funcionar, se olvida en el momento en que Ruth aparece pantalla. Sin duda, nuestra paisana es un auténtico descubrimiento.

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