Crucero de Ensueño » Crítica

Por Rubén Pajarón

La vacante nipona de Masters of Horror, tras el polémico Takashi Miike, queda cubierta por el más moderado y poco menos rarito Norio Tsuruta, autor de interesantes recopilatorios kaidan, de la aceptable adaptación del cómic "Kakashi" de Junji Ito (Tomie, Uzumaki), de Yogen (Premonición), y de la película con que saltó a la fama, "Ringu 0: Birthday", precuela y adaptación de la historia de Koji Suzuki, al que recurre de nuevo en esta película.

Jack es un joven abogado que vive atormentado por un recuerdo de la infancia: él y su hermano flotando sobre una balsa en el océano, y esta volcando, sin que Jack pueda hacer nada para salvarle.

Su reencuentro con el mar viene precedido por un plan de venganza, que su cliente, Eiji Saito, le ha preparado por la infidelidad de su esposa con Jack.

En mitad del océano, los vivos y los muertos solucionarán sus diferencias.

Pese a desarrollarse en Japón y entre japoneses, la película sigue las reglas del cine oriental occidentalizado, y cede el protagonismo a un americano, como ya ocurrió con "El Grito" o "Imprint". No obstante comparte protagonismo con un habitual del terror oriental moderno, Ryo Ishibashi (Audition, The Grudge), que borda su papel de excéntrico rencoroso.

El otro habitual es Koji Endo, compositor fetiche de Miike, responsable de una BSO minimalista, siniestra y efectiva, como acostumbra ser su música y en general la de este subgénero.

La historia, perteneciente al recopilatorio "Dark Water" (cuyo relato "Floating Water" fue adaptado en la afamada película de Nakata), como casi todas las creaciones de Koji Suzuki gira en torno a los peligros del mar, al que arrojamos lo que queremos olvidar, hasta el día que vuelve a nosotros.

Norio Tsuruta exprime la filosofía de Suzuki y vuelca todos los momentos de horror en el agua, sirviendo el oscuro océano como titiritero de espíritus, alucinaciones y recuerdos que asedian a los protagonistas en su claustrofóbico barco perdido en la nada.

Ya desde el arranque, Tsuruta nos introduce de lleno en la constante de los sustos secuenciales (de los que tendremos hasta hartarnos), con un par de ellos muy logrados y consecutivos. Sustos que lejos de ser gratuitos, refuerzan el terror psicológico como fuente de terror principal, sin el cual dejarían de ser efectivos.

Sin embargo, la coherencia argumental que daba sentido y efecto al suspense toca fondo a mitad de la película, cuando la excentricidad oriental se abre paso, y las relaciones entre personajes más que romperse se vuelven confusas, e incluso supeditadas a los episodios de terror irracional, bizarro y estético, tan característicos del cine de terror japonés. Si bien el fantasma de Sean sigue manteniendo su enfoque, el fantasma femenino principal se diluye entre tópicos neokaidan, que va cumpliendo rigurosamente uno tras otro, sin necesidad. Y por desgracia, la seriedad de dicho fantasma se torna cómica y ridícula, cuanto más obvia es su presencia, a razón de su progresivo aumento de apariciones, hasta que al final puede incluso causar vergüenza ajena con ciertas poses y gruñidos.

Por fortuna, el espíritu de Sean cierra la película con un buen desenlace, que sin esos minutos finales, la redundancia de varias situaciones y algunas excentricidades sobrantes, hubiera sido bastante buena.

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