Festival de Cine de Sitges: 50 años de joyas y sorpresas

Por Carlos J.Marín

3ª ed. Semana Internacional de cine Fantástico y de Terror (1970)

LA JOYA...

TORTURE GARDEN (ídem, 1967)
Director: Freddie Francis
Interpr.: Jack Palance, Burgess Meredith, Beverly Adams

La Amicus Productions siempre ha vivido a la sombra de la Hammer. La historia la escriben los vencedores, y este rival del horror británico ha acabado ocupando un puesto secundario en estanterías y catálogo. Una injusticia total, porque lo que ofrece es caramelo puro para el habitual del género: esencia de terror con corte clásico, gusto por realizar cintas de antologías y una constante búsqueda de premisas absurdas que sustente cada cuento. Amicus tiene un buen puñado de clásicos. Y Torture Garden es uno de ellos.

Un carnaval que no es el de las almas pero sí que da un poco de yuyu es el lugar donde el (ejem) DOCTOR DIABOLO [sonido de truenos] levanta su barraca de feria. Esta barraca, conocida como el "Jardín de las Torturas", esconde un secreto para los más valientes: una muñeca gitana capaz de penetrar en tu mente y proyectar tus más profundos miedos. Cómo pasamos de eso a un conjunto de historias con gatos brujo, estrellas de Hollywood con oscuros secretos, pianos fantasma o fanáticos extremos de Poe es parte de un encanto inalcanzable para cualquier antología actual.

Y todo esto aliñado con un repartazo loco por el que se asoman Jack Palance, Peter Cushing o Burgess Meredith (el entrenador de Rocky), recitando cada palabra con el pompismo y la exageración que requiere semejante texto. Una película que pasó desapercibida en su edición y que merece mucho, mucho más cariño que el que la historia le ha proporcionado. Esa es, al fin y al cabo, el resumen de la vida de Amicus.

...Y LA RAREZA

INVASIÓN EXTRATERRESTRE (Kaijû sôshingeki, 1968)
Director: Ishirô Honda
Interpr.: Akira Kubo, Jun Tazaki, Yukikko Kobayashi.

Si esta premisa no es la mejor idea de la historia entonces no sé si nos merecemos vivir: Godzilla, Rodan, Mothra, Gorosaurus, Manda, Anguirus o el siempre inquietante Minilla escapan de la isla de los monstruos donde estaban recluidos para sembrar el caos por todo el mundo. Al parecer, una extraña influencia extraterrestre está actuando sobre ellos, con la intención de rendir a la raza humana a su estirpe superior.

A los que habéis pensado que esto es la Civil War de Marvel pero con monstruos japoneses habéis acertado. Y errado. Acertado porque sí, se trata de un monster brawl de cajón con una sobredosis de caucho por metro cuadrado que ríete de la fábrica de Michelin. Pero también errado, porque la falta de presupuesto y un bajo control de la calidad hace que veamos muy poco a los queridos bichos y muy mucho a un puñado de adultos haciendo el ridículo.

El subidón de sus primeros minutos y la esperada batalla final desvirtúan semejante conceptazo, ya sea porque sus personajes humanos son un peñazo monumental (como ya suele ser habitual en el género) o ya sea porque alguien decidió ahorrarse un poco de presupuesto en el vestuario. ¿Por qué una rareza destacable? A eso la respuesta adecuada sería otra pregunta: ¿te parece poco goloso ver a 7 tíos vestidos con trajes de monstruos pegándose cual final del Pressing Catch? ¿Y que uno de ellos sea Godzilla? ¿Y que el resto sean los kaijus más clásicos entre los clásicos?

Pues eso. Que nos quiten lo bailao.

4ª ed. Semana Internacional de cine Fantástico y de Terror (1971)

LA JOYA...

EL ABOMINABLE DR. PHIBES (The Abominable Dr. Phibes, 1971)
Director: Robert Fuest
Interpr.: Vincent Price, Joseph Cotten, Hugh Griffith.

Un misterioso encapuchado golpea un órgano teñido de rojo. Parece estar solo en un viejo salón de baile. A su alrededor una orquesta de muñecos a cuerda y tamaño real le acompañan en una melodía satánica. Una preciosa joven aparece. Bailan. Y cuando han acabado los créditos cogen su coche para hacer lo que mejor saben hacer: salir a matar.

El misterioso encapuchado es el Abominable Dr. Phibes (cinco en inglés), un precursor indudable del John Doe de "Se7en" o el Jigsaw de "Saw". Y esos son sus dos hijos más claros: el primero por su malvado plan de asesinatos teológicos (uno los pecados capitales, otro las plagas de Egipto) y el segundo por su rocambolesca manera de asesinar a sus víctimas, entre trampas y desafíos.

Y Vincent Price. Quizás su mejor interpretación en el género, con esa mirada sin párpados o su terrorífico movimiento gutural al hablar. Robert Fuest lo dirige entre movimientos de cámara acertadísimos y un sanísimo sentido del humor, que ayuda a digerir la poesía operística de la propuesta en el género que la enmarca: el horror clásico y el grand guignol.

...Y LA RAREZA

BAHÍA DE SANGRE (Reazione a catena, 1971)
Director: Mario Bava
Interpr.: Claudine Auger, Luigi Pistilli, Claudio Camaso

Las líneas que a continuación leeréis pueden ser las de un loco o un paranoide, pero con un par de cafés se pueden diseccionar sin miedo: Bahía de Sangre, a pesar de lo que resuena en la historia, está más cerca al cine de los Coen que a la saga de Viernes 13. Y no es que esta le deba poca cosa: la segunda parte de la saga de Jason ARRASA en plagiar muchos de sus asesinatos y secuencias. Pero la gracia es en como avanza esta obra maestra de Bava padre, hacia la purísima y esencial locura.

Una anciana millonaria, dueña de la bahía del título, es asesinada simulando su suicidio. Pocos minutos después su asesino es cosido a puñaladas. Han pasado solo cinco minutos. Lo que ocurre a continuación te sorprenderá: presentación de personajes estrambóticos en su primer tercio, un entreacto con chavales gozososexuales asesinados cual slasher diez años antes de su invención y la entrada a una segunda mitad en la que puede pasar cualquier cosa.

Cualquier. Cosa. El festival de muertes se acumula, Bava lanza y retuerce los zooms a un nivel que haría llorar a Haneke y baña los alrededores del agua en un festival de sangre sin fin. La absurdez se hace dueña del destino de sus personajes y, en una fiesta donde cualquiera (o todos) pueden ser culpables la magia de lo imprevisible hace su función: volvernos a nosotros, los espectadores, tan locos y paranoides como lo es el celuloide con el que está rodada esta maravilla. Un clásico en toda regla, seguramente por los motivos equivocados.