Crítica de "Alita: Ángel de Combate" (***). Estreno el 15 de febrero.
Por Redacción
Publicado el 07/02/2019
La superproducción que se ha encargado de producir James Cameron y que tiene a Robert Rodriguez como productor
¿Qué esperar cuando ya no se espera nada? Como mínimo, acción. En el marco postapocalítptico de Alita la necesidad bajo la ciudad es otra: una fuerza que sostenga y enfríe el mal que inocula la última gran ciudad flotante, Zalem, a los despojos de una civilización babilónica, Iron City, condenada a soñar con ascender a través de la muerte y del espectáculo. Como hoy, pero sin redes sociales. Cuando el Doctor Ido (Christoph Waltz) descubre un antiquísimo cyborg capaz de pensar como ser humano, cae sobre la banal resistencia del mundo arrasado un anhelo retórico: ¿qué queda allí arriba que merezca tanto la pena? Alita (Rosa Salazar), restaurada y en pie en esa nueva tierra de la chandala cyberpunk, construye sus recuerdos sobre las urgencias del argumento y sobre todo de la vida en un sitio hostil y decadente, entendiendo que sirvió y puede servir a fuerzas superiores y que quizá necesite liderar contra aquello lejano que flota y oprime. Mientras tanto, redescubre el amor a través de un muy trabado romance con un humano, Keean Johnson, cuya particularidad y modo de vida -desguazar otros cyborgs para vender sus piezas más valiosas al maligno- terminará planteando, claro, alguna que otra diatriba. Hasta aquí, insuficiente como para pasar a la historia.

El sorprendente atractivo de Alita radica en el cosmos que abre y en cómo la adaptación del manga de los 90 de Yukito Kishiro puede, si la taquilla acompaña y no media ninguna traición que aleje a sus incondicionales, desplegarse como otro macrouniverso que plante cara a los innumerables actuales. Se presenta el futuro más lejano (año 2563) en sus variedades contemporáneas más contundentes: la idealización del deporte (el motorball: una disciplina donde los cyborgs combaten a muerte por ver quién asciende a Zalem como campeón, única y verdadera obsesión y motor de toda la Iron City) y la dominación de los de arriba de todos esos poderes fácticos (gángsters, hampones y calaña) que mueven las calles y administran las recompensas. Alita, como agente del desorden caído en desgracia, lidia con ambas amenazas sin especular una vez retoma su naturaleza. Su arrojo -desde luego, no humano- y la pasión que desata en su forma de vivir y encaramarse a su misión hacen fuerza por la película en lo sentimental, facilitando que el derrochador baño de CGI provea de todo lo demás. Porque si de algo sí puede jactarse Alita es de su impecable cualidad técnica, acreditada por James Cameron. Sin embargo, o motivado precisamente por esto, lo que debería atraer el interés por la historia -más que por el puro recreo visual- queda inevitablemente achicado. La espectacularidad desplaza la configuración narrativa del drama de las principales listas de películas que invitaron a reflexión imaginando ese futuro tan frío, desnudando una relación de interpretaciones correctas sin grandes titulares y una linealidad casi telegrafiada paso por paso. Pero lo que es más importante: todo el esfuerzo orientado a crear saga y afición desluce precisamente por su literalidad. Con todo, la experiencia visual bien merece la inversión y quién sabe si en lo profético de Alita no terminará ubicado, concretamente, su atractivo más notorio como sí ha ocurrido con todas esas películas que nos advertían de a dónde vamos y quienes no seremos.
LO MEJOR : Los efectos visuales, el trabajo detrás del personaje de Alita, el sello James Cameron y la frenética actividad de un mundo reducido a cenizas.
LO PEOR : Ni los amagos sensibles conectan la sempiterna frialdad del robot con lo que entenderíamos por dramático. No hay mucho debajo del disfraz de postproducción.
Por Manuel Mañero.
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