Crítica de "Train To Busan: Península".
Por Redacción
Publicado el 11/10/2020
La continuación del exitoso título zombi coreano que llegará a los cines españoles en noviembre
El mundo -y digo mundo, porque el muerto viviente es ya un fenómeno global- recibió una pequeña réplica sísmica hace unos años con la llegada de Train to Busan (Sang-ho Yeon, 2016). Desembarcada de la ya establecida industria coreana, se trataba de una película de acción y terror encapsulada en un tren, en los inicios de una pandemia -sic- de infectados rabiosos. Su genial equilibrio entre producto mainstream y terror zombie la convirtieron en una de las mejores películas de su año, adelantando en el subgénero por la derecha a la descafeinada y terriblemente adaptada Guerra Mundial Z (Marc Frost, 2013). Ahora, sus responsables repiten en este mundo para una secuela titulada Train to Busan 2: Península (Sang-ho Yeon, 2020) que quiere repetir éxito tomando una ruta muy distinta a la que enamoró a crítica y público hace ya casi un lustro.
Situada en el mismo universo, pero sin repetir ninguno de sus personajes, la historia arranca en el mismo instante que su anterior entrega: explosión zombie, caos en el país y ciudadanos intentando huir a la desesperada. Tras una pérdida traumática para su protagonista, la película da un salto hasta la actualidad para contarnos que la península de Corea ha quedado aislada en tierra de nadie, dejando perdido el destino de sus habitantes en un limbo del que el mundo nada quiere saber. Con una premisa similar a Doomsday (Neil Marshall, 2008) pero seguramente con intenciones más parecidas a los de 1997: Rescate en Nueva York (John Carpenter, 1981), sus atormentados protagonistas deberán volver a la península abandonada para una misión de rescate que les garantice la buena vida que como inmigrante no pueden alcanzar. Allí se encontrarán un país devastado por los muertos vivientes, sí, pero también algo más terrible y peligroso: a los supervivientes humanos que han aprendido a convivir con ellos.
Si bien podía recuperar la fórmula segura (pero no fresca) de su primera entrega, la última secuela de la saga zombie prefiere arriesgarse y tomar el camino de la acción, los efectos especiales y la descentralización de personajes. Ya no son un grupo de supervivientes encerrados en un tren bala; sus protagonistas se dividen en distintas subtramas y lugares, produciendo una desconexión nada recomendable sobre estos, sean buenos o villanos. Los infectados pasan de amenaza a poco más que extras a los que golpear y sus sustitutos, estos sublevados de malvada actitud e inhumanos juegos, acaban siendo poco más que parodias bidimensionales con cuestionables toques de humor.
Ni siquiera las estupendas escenas de acción, que a pesar de sus pobres efectos por ordenador se encuentran bien ejecutadas y planificadas, salvan de la quema a unos protagonistas insulsos y llenos de tópicos. Ya desde la primera incursión se nota este vacío entre ambiciones y resultado, que toma sus últimas víctimas en un flojo último acto que, en modo de homenaje o simplemente gusto por la copia, arrasa con el clímax de Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015). Ojalá funcionara y fuera divertido este cruce continuo de cintas de acción (los momentos ‘John Wick’ no pueden ser más descarados), pero el conflicto adolescente y la simpleza de su argumento dañan de muerte su disfrute.
Es una decepción, sí, pero sacar los pañuelos por el desastre absoluto sería exagerar. Y es que Train to Busan 2: Península es un correcto blockbuster, alejado del terror de su anterior entrega y centrado en una acción para ser disfrutada con palomitas y refresco. Quizás su dramática ambición y sus precedentes la pongan en desventaja, pero vivir en un mundo en el que las grandes películas de grandes industrias -y sí, Corea del Sur lo es- tengan como ejemplo este cruce de género zombi, acción y ciencia-ficción distópica es uno de esos mundos a los que uno aspira vivir. Y qué narices: esperemos que su director vuelva a revisitar su mundo, no para dar marcha atrás -lo que sería un error- si no para volver a dar volantazo y entregar un plato que, aunque sea del mismo restaurante, tenga ingredientes totalmente distintos. Porque en las sagas de cine la variedad, casi siempre, es mejor que la seguridad de repetir entrante.
Lo mejor: su apuesta por algo nuevo en su universo, con la mezcla de referentes por bandera.
Lo peor: sus protagonistas y villanos, de una preocupante falta de tridimensionalidad.
Por Carlos Marín.
Más:
Zombis
- Secuelas
- Train to Busan
- Sitges 2020