Crítica de "SPREE", un título con buenas ideas pero que no termina nunca de arrancar
Por Redacción
Publicado el 12/10/2020
Un producto medio, de divertimento algo olvidable con un potente -pero no demasiado original- concepto visua
“All eyes on me!” o “Todos los ojos en mí”, que anuncia a pleno pulmón uno de los personajes de Spree (Eugene Kotlyarenko, 2020) mientras decenas de teléfonos móviles retransmiten en directo a través de las redes sociales. Miles de ojos que lo capturan todo, en una era en la que el dichoso found-footage tiene que evolucionar o morir. Ya sea a través de las videollamadas de Zoom en la estupenda Host (Rob Savage, 2020) o a través de esta caótica, inquieta multicam de dispositivos móviles y pantallas de ordenador que deja como conservadora a la (muy superior) Open Windows (Nacho Vigalondo, 2012). Al final todas van a parar a lo mismo: ¿Qué jugo le puedo sacar a este formato y cuanta adrenalina podemos segregar con la sensación de directo, de primera persona, de estar al lado de los personajes?
En esta ocasión quien nos acompaña es el villano. Como una vuelta de tuerca al concepto de Henry, Retrato de un asesino (John McNaughton, 1986), la trama acompaña a un joven psicópata que intenta hacerse hueco en la insondable jungla de los influencers con un maratón de muertes en directo. Conduciendo su taxi privado (una especie de Uber, llamado ‘Spree’), el muchacho apodado “KurtsWorld96” irá subiendo cada vez la apuesta de muertes para atraer a más y más suscriptores, llegando a unos niveles insospechados de violencia incluso para él. Porque quién iba a imaginar que envenenar a personas traería tan pocos likes.
Lo cierto es que la película, a parte de sus mil trucos técnicos y un montaje quebradero de cabeza, se agarra como un clavo ardiendo al trabajo de su protagonista. Joe Keery, muy conocido por la popular Stranger Things, es el maestro de ceremonias y amo de la función. Su personaje, a pesar de la horrible psicopatía y los arrebatos -sic- incel, es humano, nos da pena, incluso admiramos su continuo entusiasmo. Es un personaje triste, con una gran maldad interior tapada con puro carisma. Los continuos guiños a cámara, símbolos de triunfo y sonrisas cómplices dejan paso a un complejo vínculo con alguien claramente detestable. Pero lo intenta tanto, y fracasa tanto.... que es muy difícil no estar en su equipo.
No es deber de una película tener una conciencia moral, mucho menos del que la analiza, pero la película entra en terrenos obviamente delicados. Por mucho que evoque a la comedia negra todo el rato, la película elige un bando claro. Estamos con él. Incluso en su tesis final, en la que parece querer jugar con la dualidad de la situación y la profundidad de Internet. Sus ideas no se contradicen, se apoyan. Es muy divertido ver a Jason masacrar a adolescentes, pero Jason no existe. El personaje de la película no está lejos de otros reales, de historia reciente. No es algo nuevo, ya que Ocurrió cerca de su casa (Rémy Belvaux, André Bonzel, Benoît Poelvoorde, 1992) ya levantó esa polémica hace casi 30 años. No deja de ser incómodo, aunque el debate, de nuevo, debería estar más que asumido.
Posiciones serias a parte, Spree es una película de buen ritmo, pero con especial problema en mantener a flote muchas de sus ideas. Por cada sonrisa o momento violentamente gratificante sucede un frenazo, un giro a la izquierda en la trama o una vuelta a la casilla de salida. La sensación es de producto medio, de divertimento algo olvidable con un potente -pero no demasiado original- concepto visual. Introduce con acierto la tecnología de nueva generación, pero de nuevo palidece con coetáneas de su época. Lástima, porque de haber evitado estos defectos estaríamos hablando de una de esas deliciosas películas con mirada retorcida, que reflejan con mala baba este loco mundo de seguidores y seguidos donde todos tenemos una cámara, todos apuntamos a un sitio y, al mismo tiempo, deseamos que todos esos ojos estén por nosotros. All eyes on me… all eyes on me.
Lo mejor: el reparto (especialmente Joe Keery y Sasheer Zamata), están sorprendentemente bien para un producto de este estilo.
Lo peor: la película, a pesar de la ironía, no termina nunca de arrancar.
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