Crítica de "Mandíbulas", la verdadera comedia francesa del año (con mosca gigante)
Por Redacción
Publicado el 15/10/2020
El nuevo título del genial Quentin Dupieux que ha entusiasmado en el Festival de Sitges
Un neumático asesino. Un hombre que pierde a su perro. Una panda de policías inútiles. Un policía con un solo ojo. Una chaqueta de ciervo que habla a su dueño. Todas y cada una de las comedias del belga Quentin Dupieux producidas en los últimos diez años juegan con el surrealismo, lo absurdo y lo cotidiano con un equilibrio cada vez más ejercitado, más perfecto. Y en ese listado de absurdos conceptos también cabe una mosca del tamaño de un bulldog llamada Dominique. No es la protagonista (pero casi) en Mandibules (Quentin Dupieux, 2020), la última y brillante cinta de la carrera del hasta ahora siempre efectivo realizador belga.
Manu y Jean Gab son dos perdedores sin futuro. Cuando al primero le ofrecen un simple trabajo (llevar un maletín de punto ‘A’ al punto ‘B’) pensaban que podrían sacar un pellizco, dinero rápido por un trabajo de una tarde. Pero al robar un coche para la fechoría se encuentran un elemento inesperado: en el maletero duerme una mosca gigante. Lejos de sorprenderse, los dos protagonistas trazarán un rápido plan para hacerse ricos: amaestrar a la mosca para que les traiga todas las riquezas que quieran y deseen en un futuro. Un plan, tal como suena, infalible.
Dupieux decide realizar un relato sincero, estúpido y entrañable de la amistad. Una especie de Dos tontos muy tontos con toque fantástico, con los toques justos de ironía y unas sanísimas ganas de complacer al espectador. Los dos protagonistas, idiotas hasta la médula, dejan entrar al espectador a su relación como si fuera uno más, riéndonos de cada una de sus ocurrencias y su peculiar sentido del éxito (un himno privado que se comunica haciendo los cuernos y gritando “¡Toro!” que sirve de genial running gag). Su inexistente trama no se entorpece jamás y junta sus secuencias como episodios de un divertido libro de relatos: la caravana, la búsqueda de comida, las amigas equivocadas.
Todas las manías de su cine vuelven otra vez en forma perfeccionada, especialmente la perfecta construcción de situaciones y personajes. De este último brilla por excepcional (pero EXCEPCIONAL, con mayúsculas) el secundario interpretado por Adèle Exarchopoulos. La protagonista de La vida de Adèle da rienda suelta a su vis cómica con un personaje de corte trágico que, en manos de otros responsables, sería gravemente ofensivo. Sin embargo, el guion de Dupieux y la ejecución de Exarchopoulos otorgan al personaje del perfecto equilibrio entre despiporre y ternura en una característica que, de veras, lo mejor es descubrir en pleno visionado.
Y, cómo no, está Dominique. La mosca. No es un personaje ni tampoco un Macguffin, es un elemento que está siempre presente y que todos aceptan sin rechistar. Es el elemento surrealista sello de Dupieux que, en la línea de la película, crea una divertidísima mascota que parece ser testigo de la absurdez que pasea frente a su inocente mirada. Sus reacciones y relación con uno de los personajes principales, entre un perro y un animal salvaje amaestrado, son simplemente geniales.
Perfecta película de colegas y para colegas, la Mandibules de Quentin Dupieux es una magnífica comedia que, por tercera vez consecutiva, planta al exDJ como uno de los tipos que mejor entiende el género de los últimos años. Llena de códigos internos, está destinada a ser uno de esos títulos inesperados que pasan de boca en boca, entre recomendaciones de redes sociales y cenas de amigos. Un culto que se saludará levantando el índice y el meñique en forma de triunfo, gritándose “¡Toro!” mientras chocan los cuernos en honor a una de las comedias del año.
Lo mejor: el fantástico pulso de comedia de su director, que eclosiona en sus geniales protagonistas y secundarios.
Lo peor: que sus particularidades e idioma la deje fuera de ciertas ligas de su género.
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- Sitges 2020