Crítica de "Titane", una perfecta receta de metal, carne y sexo.

Por Redacción Publicado el 08/10/2021

La triunfadora del Festival de Cannes que este fin de semana llega a los cines españoles

Es muy complicado hablar de Titane (Julia Ducornau, 2021) sin desvelar ninguno de sus secretos. Es un cliché, pero estamos en uno de esos casos donde el término “película-experiencia” se ajusta como un guante. Imprevisible desde el primer minuto, la segunda película de la realizador de ‘Raw’ es algo así como viajar a doscientos kilómetros por hora sin cinturón de seguridad, una vertiginosa y sorprendentemente divertida inmersión en los misterios de la carne, el género (cinematográfico y humano) y las relaciones familiares.

Agathe Rousselle interpreta (en un asombroso primer crédito como actriz) a Alexia, una mujer con una placa de titanio la cabeza y un extraño fetiche con los automóbiles. La conocemos en un magnífico plano secuencia en el que se presentan las primeras obsesiones de la película: el coche y el cuerpo femenino. El baile erótico encima del capó donde culmina este primer acercamiento no es más que un preámbulo de lo que está por venir. Pronto la violencia asoma sin dar un respiro, impulsando la película a un lugar en el que viaja por lo menos a tres marchas más rápidas que el cerebro del espectador. Ducornau es inteligente con esa primera media hora, en la que planta una semilla de duda y sorpresa continua. Pronto se estabiliza, pero esa sensación de ingravidez no desaparece ni siquiera cuando la película se vuelve más “convencional”.

El segundo golpe en la mesa es el dúo interpretativo que Rousselle tiene con Vincent Lindon. Actor veterano y conocido en Francia, se atreve a poner su cuerpo (literalmente) al servicio de una directora sin miedo a llevar a su reparto al límite. El vínculo con el personaje de Alexia, tan entrañable como siniestro, es la base sobre la que el guion plantea una de sus tesis y que responde, como ya hacía con su primera película, con una mordaz (y cariñosa) mirada a las relaciones entre padres e hijos. Sus cuerpos son bellos y monstruosos bajo la fotografía de Ruben Impens, que fusiona -como el metal y la carne- la visión de la realizadora en una máquina perfecta de planos para enmarcar.

Es curioso como esta película dialoga con su ópera prima, en especial cómo extiende y lleva al límite todo lo que allí se presentaba. La violencia, que en aquella ya era cruda y mordaz, aquí es aún más salvaje. La comedia negra, que se escondía pacientemente en los recovecos de su historia de canibalismo, aquí es descarada y desvergonzada. Todo se multiplica -como seguramente su presupuesto-, demostrando que aquello no era fruto de la casualidad y poniendo a la directora francesa en el lugar que le corresponde: en una de las voces más excitantes del cine actual.

Al acabar Titane uno no puede más que soltar el aliento y aplaudir. Después de vivir su intenso viaje de giros, cuerpos llevados al límite y descarnados reencuentros, el instinto que responde es el de aplaudir su valentía y gritar por su contundencia. La segunda película de Julia Ducornau está destinada a convertirse en un polvorín de amor y odio, uno de esos ejercicios (perdón, experiencias) que dividen a la audiencia en extremos apasionados. Metal, carne, sexo y género, todo bien engrasado con aceite negro como el azabache. La receta, para el que firma esta crítica, es perfecta.

Por Carlos Marín.

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