Crítica de "The Amusement Park", la película inédita de George Romero
Por Redacción
Publicado el 10/10/2021
En el Festival de Sitges hemos tenido la oportunidad de ver la cinta que Romero rodó en los años setenta y ahora ha sido rescatada
La historia detrás de "The Amusement Park" (George A. Romero, 1975) es casi tan punk como el genio que la filmó. George A. Romero rodó esta especie de mediometraje para la Sociedad Luterana de Pittsburgh, que quería hacer una película local para concienciar y promover en la población el respeto a los mayores. Pero lo que en realidad entregó fue una pesadilla conceptual sobre la tercera edad, con toques Buñuelescos en una rarísima adaptación al largometraje de aquel fragmento onírico en Fresas Salvajes de Bergman. Una rareza que se quedó en un cajón durante más de 45 años y que, ahora, podemos ver gracias a la magia de la restauración y la distribución por Internet.
Tras un breve prólogo en forma de presentación, la historia comienza en una habitación blanca e impoluta. En ella, un hombre mayor interpretado por Lincoln Manzel (que luego Romero reutilizaría en la demoledora Martin) se sienta destrozado y malherido. Por la puerta entre una versión impoluta de él mismo, que no entiende por qué ese señor que se le parece tanto está ausente y asustado. Esa visión futura le advierte: “no hay nada detrás de la puerta”, algo que su versión más inocente ignora por completo al decidir salir al exterior. Allí llega al parque de atracciones del título, un lugar aparentemente feliz donde los sucesos a los que se enfrente lo irán acercando poco a poco a la visión de aquella habitación blanca.
Desembarazada de su temática en los primeros minutos, la película de Romero va, como siempre en su cine, más allá de su propia temática. Su dominio de la cámara y el espacio emergen en un subproducto de bajísimo presupuesto, rodado en 16mm con un reparto completo de voluntarios. Lo que en realidad debería ser un ejercicio amateur para proyectar en iglesias y colegios se convierte en una joya fílmica más allá de sus limitados recursos. La sensación de angustia que provocan esos extras entrando y saliendo en pantalla, todos los estilos que usa para rodar los obstáculos (ahora una pantomima muda, ahora un montaje frenético en forma de flashforward, ahora una de terror con la muerte acechante) o su montaje picado y violento son unas de las tantas lecciones que aprender de esta máxima rareza.
El uso de la metáfora con los relojes o los tickets del parque no son precisamente sutiles, pero funcionan y encajan a la perfección en las intenciones de la película. El lenguaje de cámara se funde con su protagonista, provocando una desubicación continua con cortes invisibles o el diseño de sonido. De hecho, uno de sus momentos más desoladores es a través de una transición sonora en la que hace desaparecer el mundo del protagonista con un simple movimiento de cámara y un corte.
Y es que George Romero era mucho, mucho más que el creador del zombi moderno (como si eso fuera ya de por sí poco); era un grandísimo cineasta, un maestro que siempre ganaba la partida con la peor de las manos posibles. Solo un grande puede impresionar a su audiencia con algo tan menor, tan insignificante como un comercial perdido en el limbo. Terrorífica, absurda, premonitoria y angustiosa, su "The Amusement Park" se puede ver con la óptica del que se acerca a un museo o el del espectador dispuesto a hundirse en su tragedia surrealista. Dejarse llevar por sus imágenes de pesadilla es disfrutar de un mensaje con casi medio siglo de antigüedad, tan vigente como todas las metáforas que usa en sus escasos 54 minutos. Como bien advierte su narrador, todos acabaremos dentro de esa habitación blanca de un momento a otro. Al fin y al cabo en en la vida, que no puede resucitar a los muertos pero sí a los proyectos perdidos de sus genios, todo es cuestión de tiempo.
Por Carlos Marín.
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