Crítica de "The Boy Behind The Door"

Por Redacción Publicado el 12/10/2021

Un título con efectiva narrativa, una gran pareja protagonista y el buen ojo en cámara de su realizador

Es probable que en el cajón de los realizadores de The Boy Behind The Door (David Charbonier & Justin Powell, 2020) exista una copia de otra película con la que rima más allá del nombre: The People Under The Stairs (o “El Sótano del Miedo”), la fábula de terror dirigida por Wes Craven sobre un niño atrapado en una moderna cabaña de brujos. Y como Craven también tendría a mano un buen recopilatorio de los hermanos Grimm, la ley de la transitiva nos permite afirmar lo siguiente: que este thriller o survival moderno protagonizado por niños no es más ni menos que una estupenda reencarnación del cuento clásico, aquel en el que se avisaba a los niños, siempre a través de la metáfora, del peligro que supone adentrarse en el bosque.

Dos niños, mejores amigos hasta el final, juegan en el campo mientras hablan de vivir cerca del mar. No les conocemos familias ni motivos, simplemente sabemos que lo más importante que tienen ahora mismo es el uno al otro. La paz se interrumpe cuando una misteriosa sombra los secuestra y los lleva a una casa en las afueras. Atrapados en ese lugar (uno “detrás de una puerta”, el otro intentando abrirla para salvarle), descubrirán rápidamente qué se esconde tras su secuestro y quién es el ogro que no quiere dejarles escapar.

Así, una trama con tantos huecos que sólo la fábula podría explicar se materializa en la Tierra a través del imaginario norteamericano: las válvulas de petróleo, las pegatinas de MAGA, el televisor continuamente lanzando películas clásicas de terror… un anclaje a la realidad que apenas juega con el American Gothic y que se centra, en la mayoría de su metraje, en las reglas del simple y efectivo survival. Dos estilos, la estructura del cuento y el violento thriller de supervivencia, que tuercen la balanza a la realidad de aquella película de Craven que mencionábamos al principio.

Los dos niños protagonistas están estupendos en ese aterrizaje a la realidad, convirtiendo la película en una aventura oscura y violenta que no tiene miedo a poner a menores en peligro. Acuchillados, disparados, perseguidos con claro sentido homicida… no por ser niños uno piensa que estos chicos están a salvo; la hostilidad de la película, con un genial control del tempo y una conciencia clara del espacio, eleva una propuesta a veces algo cotidiana (hay más de una secuencia canónica y desgastada que no vamos a destripar) a una efectiva sesión de pulso elevado con su visionado. Lástima que este buen hacer tras la cámara de sus realizadores pierda el norte con algunos homenajes a clásicos del terror tan sutiles (y erróneos) como un martillazo en el pie.

A pesar de sus pecados de ópera prima, la efectiva narrativa, la pareja protagonista y el buen ojo en cámara de The Boy Behind the Door son ingredientes suficientes para llenar el estómago con un plato que, sin ser demasiado delicioso o exótico, llena bien la panza para los que disfrutan de la ración de suspense diaria. Tras la digestión lo más probable es que lo olvidemos, pero ha hecho su función: alimentar el grueso del género con un buen ejemplo de que la narrativa de la fábula (especialmente la que pone a un par de infantes al borde de la muerte), si está bien cocinada, es un valor seguro en el menú.

Por Carlos Marín.

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