Sitges 2021: Crítica de "Caveat"
Por Redacción
Publicado el 15/10/2021
La cinta de terror dirigida por Damian McCarthy
Hay un escenario apropiado para cada tipo de historia, especialmente si nos referimos a cine, donde el espacio de consumo suele condicionar la experiencia. En los últimos años, la televisión se ha erigido como un refugio para ciertas propuestas Indies que, dada su naturaleza austera, pausada e intimista, requieren de cierta abstracción que sólo puede garantizar su visionado desde un sofá, lejos de los problemas derivados de su consumo en multicines o en circuitos festivaleros. La ópera prima de Damian McCarthy (director, guionista y editor de la película) ha sido acogida por la plataforma digital Shudder, como tantas otras que, de no ser por estos servicios de subscripción, difícilmente encontrarían salida.
Caveat despliega sus laberínticos pasillos narrativos en torno al tema estrella del cine contemporáneo: la salud mental. El terror psicológico en esta historia vuelve a perderse entre psicologismos baratos, desarrollados por turnos en sus dos personajes centrales: Olga, una adolescente que padece una suerte de catatonia selectiva, e Isaac, un don nadie aquejado de una amnesia igual de caprichosa que es contratado para hacerle compañía a la chica en la casa ruinosa que su familia construyó en una isla desierta.
Basta la sinopsis para hacernos una idea de lo conveniente que resulta para un guionista este paquete de trastornos y escenarios. Crear suspense y tensión en urbanizaciones es complicado, además de caro, razón de que en la ficción moderna proliferen las islas como escenarios ideales para confeccionar thrillers; aislar a los personajes del mundo (y viceversa) siempre es más cómodo, sobre todo cuando haces una película, más que con personajes, “de personajes”. Desde el prisma técnico, una isla aporta, además, ese plus de paisajismo exótico que agradece la fotografía y que ayuda a suplir otro tipo de limitaciones atmosféricas.
El misterio que propone Caveat obedece al clásico encaje de bolillos; McCarthy diseña un puzle, a priori rocambolesco, no tanto para retar al espectador como para recrearse en la deconstrucción de sus piezas, un goteo de información sobre el pasado de ambos personajes que conduce a su predecible convergencia. Cuando no puedes hacer algo complejo, sólo te queda ser confuso. La conveniencia mencionada de un confinamiento, tanto físico como psicológico, se antoja necesaria para marcar los tiempos en el desglose de revelaciones; incluso el propio Isaac tiene limitados sus avances en la casa (y en la investigación) con un oportuno chaleco enganchado a una cadena.
Los excesos contemplativos, intrínsecos al cine de autor, sumados a la desgana interpretativa, al estatismo de la puesta en escena, a los empalagosos estribillos de secuencias, a los tonos desaturados, al molesto zumbido de fondo que pretende ser música, y a la cansina fórmula de amagar peligro, precipitan el ritmo de la película a una cadencia que se hace bola; cuando quiere remontar, ya es tarde. Desde el prisma de cine indie, esto se ve como un recurso para justificar el desgaste de un personaje y representar su descenso a la locura; en la práctica, es un coñazo. Cuanta más identidad gana una corriente de cine, más la pierden sus integrantes.
Caveat tiene momentos interesantes, pero pocos y muy descompensados; el minimalismo vuelve a revelarse como un arma de doble filo en este tipo de producciones, que exigen más paciencia al espectador de la que merecen. Puede que la soledad de un salón potencie las virtudes latentes de Caveat, que la experiencia cinéfila se vea beneficiada por el intimismo del sofá-manta o, en todo caso, por la posibilidad de ver la película con el móvil en la mano.
Por Jedediah.
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