"Brazil": 40 años de la profética distopía de Terry Gilliam
Por Redacción
Publicado el 21/02/2025
Un febrero de 1985 se estrena una genialidad que es una auténtica obra de culto
Hace 40 años que Terry Gilliam estrenaba Brazil, una de las distopías más fascinantes y pesadillescas jamás filmadas, una obra que encapsula la paranoia burocrática, la alienación moderna y el delirio visual con una precisión aterradora. Un sueño febril entre Orwell, Kafka y Monty Python, "Brazil" ofrece una sátira feroz sobre el autoritarismo, la vigilancia extrema y la imposibilidad de escapar de un sistema diseñado para devorar a sus propios ciudadanos.
En ella Jonathan Pryce encarna a Sam Lowry, un burócrata insignificante que sueña con escapar de su monótona existencia en un régimen totalitario obsesionado con la eficiencia, pero atrapado en un laberinto burocrático imposible de navegar. Su única vía de escape es la fantasía: en sus sueños, se convierte en un héroe alado, libre de las cadenas del control estatal. Pero cuando un error administrativo—un simple malentendido tipográfico—provoca la detención y muerte de un inocente, Sam se ve arrastrado a una conspiración que lo llevará a su perdición.
Brazil se desarrolla como una espiral descendente, donde cada intento de Sam por desafiar el sistema solo lo hunde más en su maquinaria opresiva. Su búsqueda de Jill (Kim Greist), se convierte en su única motivación, pero en el universo de Gilliam, los finales felices no existen.
Una distopía única: Orwell a través del prisma del caos
Gilliam no oculta sus influencias: Brazil es heredera directa de 1984, pero en lugar de la sobriedad de Orwell, nos entrega una visión hiperestilizada, barroca y caótica. Mientras que las distopías tradicionales suelen presentar un orden férreo, la de Gilliam está dominada por la ineptitud y la desidia. El mundo de Brazil no es gobernado por una élite omnisciente, sino por un sistema que se devora a sí mismo, donde la burocracia es el verdadero villano.
Aquí, el peligro no es solo la represión, sino la indiferencia. El caos administrativo es tan absoluto que un simple error mecanográfico—confundir “Tuttle” con “Buttle”—se convierte en una sentencia de muerte. Nadie se preocupa por corregirlo porque el sistema sigue girando, indiferente a la tragedia humana.
La estética del delirio: Un universo entre el retrofuturismo y el steampunk
Visualmente, Brazil es un festín para los sentidos. Su diseño de producción mezcla elementos retrofuturistas con una estética victoriana industrial, como si los engranajes y tuberías del siglo XIX hubieran evolucionado hasta devorar por completo la arquitectura. La influencia de la animación de Monty Python (donde Gilliam comenzó su carrera) se hace evidente en los escenarios absurdamente sobrecargados y en el uso de perspectivas deformadas que intensifican la sensación de claustrofobia.
Las oficinas del Ministerio de Información parecen una pesadilla burocrática de proporciones kafkianas, con escritorios interminables conectados por túneles de papelería y documentos que lo engullen todo. Las máscaras de los cirujanos plásticos, las prótesis absurdas y las pantallas minúsculas que muestran datos irrelevantes son parte del humor negro de Gilliam, que se burla de nuestra obsesión con el progreso tecnológico mientras la humanidad queda relegada a un segundo plano.
Personajes atrapados en la maquinaria
Jonathan Pryce está simplemente magnífico como Sam, un hombre atrapado entre la mediocridad y la ambición, condenado por el simple hecho de soñar con algo mejor. Kim Greist, en el papel de Jill, representa la ilusión de la libertad, pero su personaje está deliberadamente subdesarrollado: en este mundo, la mujer idealizada solo existe en la imaginación de Sam.
Uno de los papeles más memorables es el de Robert De Niro como Harry Tuttle, un técnico clandestino que arregla las averías del sistema sin pasar por la burocracia oficial. Su personaje es una parodia de los héroes de acción rebeldes, pero en el universo de Brazil, incluso la insubordinación es un delito capital. Su destino es una de las escenas más inquietantes de la película.
También destaca Michael Palin, otro ex-Monty Python, quien encarna al sádico y encantador Jack Lint, un torturador con sonrisa de oficinista. Su personaje es la encarnación perfecta de la banalidad del mal: un hombre afable que participa en atrocidades sin cuestionarlas.
Una cinta cada vez más profética
Pese a su tono exagerado y a sus elementos de sátira grotesca, Brazil se ha vuelto cada vez más inquietantemente profética. Su retrato de la vigilancia gubernamental, la burocracia inhumana y la desinformación resuena más que nunca en una era de estados policiales digitales y corporaciones que manejan nuestras identidades con la misma indiferencia que el Ministerio de Información maneja sus expedientes.
El proceso de distribución de la película fue casi tan kafkiano como su argumento: el estudio intentó forzar un final feliz para hacerla más comercial, pero Gilliam se negó, lo que llevó a una batalla con Universal Pictures que terminó con un estreno caótico. Con el tiempo, sin embargo, la visión intransigente de Gilliam ha convertido a Brazil en una obra de culto indiscutible.
Terry Gilliam construyó con Brazil una fábula oscura, absurda y trágicamente realista sobre la lucha contra un sistema impersonal e inquebrantable. Su poder visual y su mensaje demoledor la han convertido en una de las películas distópicas más influyentes de la historia del cine. Un recordatorio brutal de que, en un mundo donde la burocracia es más poderosa que la humanidad, la única forma de escapar puede ser perderse en los sueños.