Liza, The Fox Fairy » Crítica

Por Carlos Marín

La arrebatadora, dulce, delirante y enamoradiza secuencia de créditos de la húngara Liza The Fox-Fairy, en conjunto y contraste a su terrorífica y Jéunetiana escena inicial, se apaña para sintetizar el tono y tema en el que se basarán las casi 2 adorables horas que nos vienen encima. Es un primer síntoma de película con rumbo, esa que te pone las cartas encima la mesa, pero es que es, además, para aplaudir con los párpados.

Pocas veces, muy pocas, escucharéis aplicar este adjetivo como algo positivo, pero qué narices, allá va: bienvenidos a la película más CUQUI del año.

La mezcla en tapper de la música japonesa setentera, el humor negro más europeo y la comedia romántica más idealista es posible, por encima de todas las cosas, gracias a su actriz protagonista -la desconocida para nosotros Mónika Balsai-, una presencia que arrebata el corazón con cada una de sus miradas, suspiros, guiños y pesares.

Como una torre oscura que aguanta todos los haces, Liza es la protagonista de un cuento rosa que se vuelve negro y vuelta a empezar, una melancólica chica idealista en una encrucijada a la que acompañamos junto a su mejor amigo, el fantasma de un cantante japonés muerto en los setenta. Ah, y este solo se comunica cantando y bailando. Y, bueno, digamos que tiene gusto por asesinar gente.

La locura de trama y personajes encaja como un guante dentro de ese tono europeo-japonés (¿eso existe?), con el picante que proporciona su atmósfera setentera rancia. Paródica la idea que tiene su director -el también húngaro Károly Ujj Mészáros- de sus ciudades y cultura, amalgama de barrigas y patillas imposibles en las que sus héroes visten una toalla de pelo para cubrir, ejem, el cuerpo.

Asusta lo increíble de sus texturas, la profundidad de sus planificaciones y los aplausos capaces de generar sus minutos musicales, a veces un poco cargantes y repetitivos, pero incapaces de hacerte olvidar alguna de sus canciones al acabar los créditos. Creedme que en medio de la confusión marca un rumbo, que el viaje de Liza tiene un sentido y que el corazón se os hará vacío cuando la dejéis marchar.

Es, por lo tanto, una sucesora en pureza a la Amélie que todo el mundo amó y que ahora todo el mundo odia. Sí, ya, no es la primera, pero el tiempo es el que se tiene que encargar de colocarla como la heredera de ese realismo mágico buenrollero con picante, bien condimentado, de mala uva y humor negro. Y música japonesa. Y finlandesa. Y con un fantasma asesino que baila el tuist.

Lo mejor: su brillante tono entre humores y la increíble, increíble actriz protagonista.

Lo peor: el exceso de números musicales en cierto punto puede hartar.

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