Sweet Home » Crítica

Por Carlos Marín

No hace falta irse muy lejos en el metraje de Sweet Home para sorprenderse con el amor, cariño y respeto que procesan sus responsables por dos elementos fundamentales: el primero, su espectador, al que ofrece todas las herramientas y posibilidades para montarse en el juego de tensión que propone su trama; el segundo, al mismo nivel, el género que defiende a capa y espada con estilo, puesta en escena y energía a raudales en una mezcla destilada, bastarda de un buen puñado de referencias evangélicas.

Carpenter sonaría en la boca de muchos y no dudo en que sea piedra base para la construcción de su mundo, pero la amalgama de inspiraciones -los sicarios del Fincher de La Habitación del Pánico, los mesclum de oscuridad y España cañí del Álex de la Iglesia de Acción Mutante- me hacen pensar más en una generación mamada de videoclub, un compendio de la era dorada del director postmoderno que, sorpresa, en USA tiene hasta nombre: mumblegore.

No es casual que esta corriente, al fin, llegue a nuestro país; al fin y al cabo es un resultado natural del culto al cine capaz de considerar a Raimi un auteur, lo interesante es que nos llegue además con un primer plato divertido a raudales, una primera piedra que de lo sencillo hace sus virtudes y que sabe, porque lo sabe mucho, se debe dejar la piel y la energía necesaria en dejar la huella necesaria. Sweet Home es, en su esencia, un ejercicio de pasión. Nadie, en absoluto, puede negarlo tras su visionado: no hay producto, hay cine.

Y se esfuerza en hacerlo entender, desde el minuto uno. Planta unos créditos iniciales con un subtexto de “declaración de intenciones” que hasta muerde, construye su personaje de heroína con los engranajes debidos y utiliza la imaginería visual que tiene a mano -en este caso, su escenario y sus villanos, en especial uno de ellos- para crear una mitología propia, suficiente como para tener la entidad propia que requieren este tipo de films.

Es de mérito levantar esta pequeña película no como una joya perfecta venida de otro continente, si no como un diamante en bruto de lo que somos capaces de hacer, un estímulo visceral capaz de expandir las arterias de su ambientación, encoger el estómago cuando toca y dejarlo escapar para reír siempre que sea necesario. Sweet Home puede ser muchas cosas, pero nunca, jamás, será una película aburrida, o de estudio, o un producto destinado a venderse en VOD para mercados que nunca veremos.

Mirarle los ojos a esta película es ver pasión, cariño, energía, locura y respeto por el género por el que vivimos, el que nos alimenta. Siempre. Y eso me parece, salvando cualquier otro pero, un descubrimiento maravilloso.

Lo mejor: la energía de su dirección y el amor por el género que respira por todos los poros.

Lo peor: la pérdida de organismo que representan sus últimos 5-10 minutos tras una trama y desarrollo tan compactos.

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