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Por Rubén Pajarón

La gran decepción en esta segunda tanda de "Masters of Horror", llega de manos del responsable de una de las mejores de la primera, "Cigarette Burns", y "Masters of Horror" a parte, del mejor director de cine de terror reconocido de la historia por mérito propio, John Carpenter.

Carpenter, de tendencias marcadas e ideas fijas, que hizo en su primera aportación a la serie un homenaje brutal a su obra maestra "En la Boca del Miedo", quiso seguir autohomenajeándose en Pro-Life, siendo estos guiños lo más llamativo de la película, y por otra parte, dando la lóbrega sensación de estar asistiendo al típico tributo en retrospectiva post-mortem de un importante cineasta, al que despedimos con un popurrí de sus imágenes más famosas. Esa es la palabra. Despedida.

Sin embargo, Pro-Life ni es una despedida, ni de serlo haría justicia a la carrera de este director, más bien lo contrario.

La película da una sensación general de abatimiento, como ligada a la salud del propio Carpenter. Todos y cada uno de los aspectos técnicos que la conforman están desproporcionadamente descuidados.

La calidad de imagen es tercermundista, da la impresión de estar viendo un telefilm matinal de bajo presupuesto, y es una impresión que no decae en ningún momento.

La BSO, compuesta por su hijo Cody (al que ya oímos en Cigarrette Burns), no transmite nada, es apática y frívola, sin personalidad, sin encanto.

El guión, uno de sus peores puntos débiles, destaca por ser más plano que el papel sobre el que está escrito. En él se mezcla una historia insípida, vacía, simplona, sin giros en la trama principal, sin subtramas, sin alicientes de inteligencia, sorpresa o interés, con unos diálogos simplemente limitados y repetitivos, como repetitivas son las situaciones en los que tienen lugar; un ejemplo de ello, los constantes intentos de Dwayne (Ron Perlman) por entrar en el centro clínico a llevarse a su hija, intercalados hasta el hastío con los constantes intentos de su hija por querer abortar. Básicamente en esta ramplonería se pierde casi media película, y dada su corta duración, es decir demasiado.

Ni siquiera los actores, que casi siempre dejan huella en las películas de Carpenter, confirmándose tras ellas como mitos del género en más de una ocasión (Jamie Lee Curtis, Kurt Russell, Donald Pleasence), se salvan de la desgana vírica que infecta Pro-Life. Incluso el mencionado Ron Perlman parece actuar en contra de su voluntad, como recién despertado de una resaca que le dura de principio a fin.

Me encantaría decir que los Efectos Especiales salvan a Pro-Life de la quema, pero lejos de eso, sólo consiguen arrojar más leña. Son desastrosos; tanto los CGI, con lo que están hechos los disparos "espectaculares" (donde por cierto también hay fallos, como cuando Dwayne le vuela los sesos al guardia y en la siguiente toma su cabeza está perfecta), como lo relativo al látex, patente en el ponzoñoso diseño de la criatura, que resulta simple, vulgar, rígido, inerte, falso y típico.

Hasta aquí un desastre. Si algo resalta entre tanto despropósito, son los guiños a los que hacía referencia al principio de la crítica. Toma prestado el desarrollo de la acción de "Asalto a la Comisaría del Distrito 13", el concepto demoníaco-biológico de "El Príncipe de las Tinieblas" o el bebé-cangrejo de "La Cosa" (plano escabulléndose inclusive). Pero un puñado de guiños no salva una película.

Si hay algo realmente atractivo en Pro-Life, es nada, y con ello, todo. Se aleja tanto del manual del buen gusto, de los cánones, de las modas (sobretodo de las contemporáneas), de las pretensiones, de lo correcto, lo complejo o lo entretenido, que en cierto modo es una película única y atemporal, una alternativa para evadirte en esas raras ocasiones donde busques un respiro en esta eterna pugna de superaciones rebuscadas que aspiran a un mejor cine.

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