Crítica de "Saint Maud", la nueva joya de A24
Por Redacción
Publicado el 08/10/2020
Asfixiante, demoledora y sin un ápice de luz, así de amable es la primera película de Rose Glass
Ser una Santa no debe ser fácil. No hablo del concepto de persona con poca vena de maldad – que también -, si no de esas leyendas cristianas sobre personas torturadas, sacrificadas, echadas a los leones o empaladas entre flechas y hierros candentes. La Biblia es un reguero de sangrientas escenas de terror, físico y psicológico, con un sobrepoderoso ser que siempre deja a su merced a aquellos que sufren por él. Es entre esos recovecos horrorosos donde se planta Saint Maud (Rose Glass, 2019), ópera prima que promueve el discurso sobre el que no hace falta irse a cultos paganos o religiones inventadas para encontrar auténtico terror en la fe.
Maud tiene las manos manchadas de sangre. No sabemos aún por qué, pero las tiene. Desde entonces no es la misma: reza a Dios cada día, le habla en la intimidad y espera su respuesta. A parte de a Él, se dedica en tiempo y alma a su nuevo trabajo de enfermera privada, cuidando a una ex bailarina profesional en estado terminal. Como una Norma Desmond enferma -diálogo que aparece literal en la película-, su paciente se seguirá aferrando a una vida de pecado, algo que no gustará a una enfermera dispuesta a hacer lo que sea para salvar su alma. Esa obsesión arrastrará a Maud a un estado que algunos llamarían locura y, otros, bendita iluminación, en un tortuoso viaje por la culpa y la redención.
Asfixiante, demoledora y sin un ápice de luz, así de amable es la primera película de Rose Glass. La realizadora británica entra por todo lo alto al pandemonio del terror psicológico con su cuidada atmósfera y su reparto de altura. Morfydd Clark se deja la piel y los huesos en una de las interpretaciones del año, otorgando un abanico de estados de ánimo que van desde la compasión al más puro terror. Desde el primer minuto que nos mira con las manos ensangrentadas -figura, como hay a paladas en la película, sacada de una vidriera de iglesia-, la Santa Maud se convierte en recipiente de dolor y sufrimiento. Sabe que el Señor tiene un plan para ella, pero habla, pide, confiesa y no responde. ¿Se estará volviendo loca? ¿O es solo una prueba?
Los minutos pasan y el agujero en espiral, otra de las figuras recurrentes del film, se acelera en poco menos de noventa minutos hacia unos últimos compases que hielan la sangre. Glass no se corta en absoluto y pone en bandeja de plata, con una mirada radical y original, el periplo de beatificación como lo que es en realidad: una historia de horror y miseria, de pérdida de la cordura y lucha contra los demonios.
La sombra de Ingmar Bergman o Ken Russell vuelve a sobrevolar un cine de género para esta generación de jóvenes realizadoras y realizadores que reinterpretan, en su mezcla de códigos, a los clásicos europeos sin esconderse en etiquetas de arte y ensayo. Saint Maud es una película de terror, sí, pero de esa clase que te persigue y eriza la piel sin necesitar de esconder ningún hombre del saco tras la cortina. Es la descripción de algo que ya estaba en los textos sagrados y que ahora, con el prisma adecuado, demuestra que ese libro que tanto se promueve en iglesias no es más que una antología de cuentos de puro horror.
Lo mejor: el dúo perfecto entre su directora y actriz protagonista, que lo dan todo.
Lo peor: que no encuentre su -merecido- hueco en el terror psicológico y atmosférico de los últimos años.
Por Carlos Marín.
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