60 comparaciones entre Cine de Terror y Arte: Parte 2
Por Redacción
Publicado el 28/05/2021
Segunda entrega del especial en el que repasamos trabajos artísticos materializados en carne y hueso para la gran pantalla.
¿Cuántas veces hemos encontrado un cuadro, una escultura o una fotografía entretejidos en un plano cinematográfico? Ingeniosas composiciones de atrezo, iluminación y vestuario que recrean, amén del esplendor de la obra referenciada, unas ideas implícitas, un diálogo prolongado en el tiempo, conjurado como refuerzo expresivo, e incluso narrativo, de las historias modernas que ilustran. El género de Terror sigue siendo el más generoso en este tipo de concurrencias. Si en el primer vídeo expusimos 60 obras de arte recreadas en películas de Terror, hacemos lo mismo ahora con otras 60 comparaciones; un total de 120 trabajos artísticos materializados en carne y hueso para la gran pantalla.
Es difícil encontrar un cineasta de renombre que no sienta debilidad por el Arte, bien por la educación recibida, bien por sus propias inquietudes creativas, bien por un sentimiento de deuda con los pilares de su profesión. Al igual que la Literatura, el Arte ha ejercido una poderosa influencia en el Cine, no sólo en sus comienzos, cuando aún trataba de encontrar su sitio y era un lienzo en blanco que absorbía todas las vanguardias, también en nuestros tiempos, con nuevas voces que acuden a las viejas musas en aras de sofisticar y elevar el género.
El sentimiento compartido de irrealidad, caos y delirio de la sociedad alemana de postguerra en el Expresionismo redundó en clásicos silentes como “El gabinete del Dr. Caligari”, “Nosferatu” o “Häxan”, y en las más cercanas filmografías de Tim Burton o Robert Eggers. La ensoñación nostálgica del Romanticismo, aquella fascinación por la locura y la muerte, por lo sublime, saltaron de las pinturas de Caspar Friedrich, Goya o Füssli a las películas de Xavier Gens, Jonathan Glazer o Guillermo del Toro; resulta difícil no asociar “La Pesadilla” de Füssli con Frankenstein, después de figurar, directa o indirectamente, en tantas derivaciones fílmicas de la novela de Shelley. El claroscuro renacentista se mantiene como patrón estético en la creación de atmósferas tenebrosas, así como el sadismo y los motivos macabros que abundan en las obras de Caravaggio, Bosco o Tiziano. Las escenas urbanas de los oleos de Edward Hopper han sido recreadas incontables veces en el cine, y de forma cuasi simbiótica en los trabajos de Alfred Hitchcock. Del también realista americano Andrew Wyeth hemos tropezado con su “Christina’s World” en numerosos thrillers psicológicos, a menudo como representación visual de una brecha entre distintos estados de consciencia, dada su evocadora ambigüedad emocional. La estampa enrarecida de “El imperio de las luces” de Magritte preludia una perturbación en lo cotidiano, válido tanto para “El exorcista” como para “Vivarium”. Sobre lo que preludia la recurrida “Isla de los muertos” de Arnold Böcklin poco hay que explicar, tan elocuente como colar un “Dies Irae” en una Banda Sonora. A veces juegan a ser huevos de pascua, ocultos en la escena, tanto o más que su propio significado; otras, como en “Bram Stoker’s Drácula”, “La Celda” o “Rocky Horror Picture Show”, ni ocultan ni se ocultan, exceden en enérgicas cacofonías de cultura Pop, libres de pretextos más allá del Arte por el Arte.
Cineastas italianos como Darío Argento o Lucio Fulci no han perdido ocasión para estilizar (aún más) sus Gialli con homenajes explícitos a sus artistas favoritos: Dalí, Hopper, Giorgio de Chirico, Francis Bacon y Pieter Brueghel; su debilidad por el Arte queda expuesta en cartas de amor como “El síndrome de Stendhal” o “Una lagartija con piel de mujer”. No se queda atrás en esto Michele Soavi, con obsesivas reproducciones que van de la Pintura a la Escultura. Las bellas artes arraigan en el corazón de Europa, y por extensión en las venas de sus cineastas: en el apabullante desfile de tableaux vivants del danés Lars von Trier, en las transgresoras reconstrucciones pictóricas del británico Ken Rusell, en el humor negro (tirando a sórdido) que destilan las recreaciones de Dalí o Tiziano de nuestro Pedro Almodóvar. Cada cineasta tiene su fetiche, para Andy Muschietti son las mujeres asimétricas y desproporcionadas de Amedeo Modigliani, fuente de inspiración tanto en “Mamá” como en “IT”. Ridley Scott se aferra a los grabados de Gustave Doré en “La Divina Comedia” para porfiar en el discurso religioso del universo “Prometheus”. Las siniestras extravagancias de Lynch en “Twin Peaks” no se entenderían sin Francis Bacon. En líneas generales, el Terror contemporáneo no se entendería sin maestros surrealistas como H.R. Giger o Zdzisław Beksiński; que se lo pregunten a William Malone.