Crítica de "Antlers: Criatura Oscura"
Por Redacción
Publicado el 13/10/2021
El título que se estrenará en noviembre en cines tras su paso por el Festival de Sitges
No es fácil reconocer que dentro de una película sumamente irregular hay un montón de elementos sorprendentes, salvajes, crudos y, sobre todo, no demasiado habituales en el cine de terror expuesto en grandes salas. Antlers es, más bien, una pequeña desviación por carreteras secundarias que se rige por una lógica de cine indie local y rural, como una especie de extensión fantástica de propuestas como Winter’s Bone, muy alejada de corrientes como el thriller o slasher de Blumhouse, los carruseles de sustos del Warrenverso o el terror de autor de A24. La película de Scott Cooper juega en una liga casi única, entre el American Gothic postmoderno y el cuento de hadas oscuro que, no se nos olvide, viene con el sello de Guillermo del Toro. Aunque más que del director de Cronos —que lo hay, más codificado, pero lo hay— tiene algo esta obra del espíritu de principios de los 2000, con pequeñas historias sórdidas y sin grandes ambiciones más allá que la de contar un relato de personajes que se ven envueltos en una deriva fantástica y/o monstruosa de consecuencias tangibles.
El naturalismo con el que los elementos de fantasía encajan con el drama, e incluso cierto aroma social de films como Gummo, recuerdan a los trabajos de Larry Fesseden, especialmente su trilogía no oficial de la leyenda americana del Wendigo, rematada por el episodio Skin & Bones de la serie Fear Itself, con el que Antlers tiene mucho que ver en varios aspectos. Pero, más allá de esta contextualización relativa a su estética y tono, no podemos olvidar que es una adaptación de un relato de Nick Antosca, experto en trasladar las leyendas urbanas modernas a un terreno cotidiano, con diferentes representaciones de la américa más profunda, la suburbia postcrisis y los personajes fracturados que habitan esos paisajes entre lo bello y lo abandonado. Lejos de la creatividad inflamable de Channel Zero, la aportación de Antosca en el guion sí que deja cierto pedigrí mugroso y una aproximación cruda a lo que no deja de ser un film de criatura. Además Cooper influye una panorámica de la desolación de una realidad ignorada, enriqueciendo de significado alegórico la gran tragedia con monstruo que en realidad está contando el filme. Hay claves, líneas no desarrolladas y detalles que son pistas para el cuento de hadas postindustrial que propone.
Sin embargo, Antlers pone bajo cero el bombeo emocional y usa un cordón sanitario invisible que evita que se relacionen naturalmente los conflictos de cada personaje. La trama se divide en las historias interrelacionadas de una investigación policial, la de una maestra y la de su alumno y aunque se apuntan algunas motivaciones de uno y otro, el final resulta insatisfactorio a la hora de crear un vaso comunicante sólido entre ambos personajes. Sí, las historias confluyen y hay cierta resonancia temática entre una historia y otra, más allá que el trauma y la falta de afecto dentro de la familia. Este simulacro de una historia más compleja de lo que realmente llega a conseguir se traduce en un suspense disoluto que nunca llega a calar demasiado hondo y está lleno de brechas residuales. Por una parte la línea de resolución de un misterio es inconsistente en sí misma, porque lo que todo lo que pasa es cristalino desde el primer momento, salvo que el comportamiento del niño protagonista hace pensar que podría haber algo más, lo cual se acaba revelando como un primer tercio excesivamente tramposo y desconectado.
Para cuando la película arranca de verdad ha pasado el ecuador del film y el tramo final, en donde se concentra el terror más intenso y la exposición de la criatura prometida, acaba sabiendo a poco. Sin embargo, el lado positivo de que Antlers se tome su tiempo es que durante el camino hay un trabajo de atmósfera muy cuidado, pasando por una factura visual tétrica portentoso que sirve como marco para dejarnos ver con libertad y sin prisas el estilo de vida rural del grupo de personajes, las dinámicas del pueblo y el ambiente en el que nacen las leyendas que van acechando conforme avanzan los minutos. Se echan en falta películas de terror como esta que, pese a tener una historia un tanto sobrealargada, no se apoyen en los sustos sino en las sensaciones, en donde las explícitas imágenes truculentas — como el brutal estado de los cadáveres— dejen espacio para la pesadilla de cómo habrán llegado a ese estado y en donde la geografía se documenta con una belleza destacable. Su conclusión es válida e inesperadamente emocional, quizá es donde más se note al Guillermo del Toro productor De Mamá y, sobre todo, al de El Laberinto del Fauno.
Lo mejor: Un film de terror tan oscuro, sin sustos, de gran estudio es algo que escasea, y no se corta un pelo con las consecuencias físicas de los ataques. Todo el enfoque visual es un acierto.
Lo peor: el guion dosifica demasiado una historia muy sencilla y el espectador va siempre dos pasos por delante.
Por Jorge Loser.
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