Colossal » Crítica

Por Carlos Marín

Nacho Vigalondo no se conforma con poco y el que quiere, siempre, arriesga. En el género, en su lenguaje, en sus protagonistas, el culo inquieto de Colossal (Nacho Vigalondo, 2016) es una fiesta de capas tectónicas que esconden forma, idioma y cuerpo de lo que sería, quizás, la película más temáticamente compleja del realizador cántabro. Y, al mismo tiempo y de algún modo inabarcable para otros, la hace la más divertida de toda su carrera. El por qué es imposible de analizar a simple vista, pero habrá que intentar analizar este golpe de genio.

A saber: Gloria tiene un problema serio, uno diría con el alcohol, pero quizás más con el control sobre su -desastre de- vida. Obligada a huir a su pueblo natal, pronto se da cuenta que su cuerpo/mente está ligado al de un monstruo gigantesco aparecido en Seúl. Así, una noche de copas de más no solo inicia una serie de catástrofes personales, si no que es capaz de tirar por los suelos un complejo de edificios surcoreanos. Cómo reacciona a ello y cómo aterriza la humanidad de su personaje es algo que, quizás, se convierta en la chispa por la que se enciende la llama de amor hacia el film.

Anne Hathaway, entregada como siempre a cuerpo completo, se monta a los hombros un personaje complejo cómo un Cubo de Rubik -cómo un ser humano- y ofrece una de las interpretaciones más emocionalmente contenidas del año. Un tour de emociones que esconde tras los ojos de su Gloria, tormenta de emociones que la nominada al Oscar hace suyas para servicio de una película que lo merece. Su protagonista es, en definitiva, el vórtice central por el que rota el resto del reparto. Un elenco formado por figuras exclusivamente masculinas con las que baila, torea y conforma la elaboradísima tesis que sostiene la película. Porque ni el primer plano ni el último están escogidos al azar y, en cierto modo, muestran la crisis por la que tiene que pasar una protagonista que no tiene todas consigo.

¿Cómo ejercen estos personajes en la vida no solo de su protagonista, si no de los cientos de víctimas de Seúl? ¿Por qué es tan, tan brillante la metáfora del monstruo gigante destrozaciudades para hablar de la crisis personal, de la crisis de identidad, de la crisis de control? ¿Por qué, en definitiva, es esta Gloria un avatar sobre no solo la mujer perdida actual si no de la mujer maltratada, suspendida y maniatada? ¿Por qué nos lo tragamos sin pestañear mientras nos divertimos como cerdos con cada giro absurdo, juguetón, que nos plantea su director?

Ni idea. Vigalondo conforma el kaiju-ega más personal de la historia del cine desde la maravillosa The Host (Joon-ho Bong, 2006) y, rebozándose en sí mismo, vuelve a potenciar la palabra "género" como ningún autor está haciendo hoy en día. Su suerte en las taquillas y la distribución no está asegurada, pero sí su puesto como una de las propuestas más divertidas que se hayan visto en mucho tiempo y, al mismo tiempo, una de las más complejas sin parecerlo. Es, sin duda alguna, una de las mejoras películas del año.

Lo mejor: cada giro del juguete divertidísimo que es su trama.

Lo peor: ¿por qué desaparece el personaje de Tim Blake Nelson en pleno segundo acto?

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