Crítica de "Ad Astra": ciencia ficción de la mano de Brad Pitt y James Gray
Por Redacción
Publicado el 16/09/2019
El director de la magnífica "Z, la ciudad perdida" une sus fuerzas con Brad Pitt en "Ad Astra", el esperado título de ciencia ficción
El viaje hacia un logro imposible, un anhelo faraónico que atenta a la percepción de la realidad y la propia cordura. La pasión por el enigma como búsqueda de la propia identidad o las respuestas de la vida misma. Un combustible que lleva a los personajes de James Gray a los confines más ignotos de la tierra, en el caso de Z, la ciudad perdida y el sistema solar, en el caso de Ad Astra. Si en el film basado en la vida de Percy Fawcett era el protagonista el que buscaba una ciudad legendaria, en su nueva obra, Gray convierte a un personaje que no vemos en el objeto de este viaje en busca de otras vidas, de respuestas y conocimiento que no está al alcance de las mentes humanas. Intercambia los roles de padre e hijo para descubrir que, en ambas películas, el viaje, lo que esconde el desarrollo de las escenas, es lo importante, su conclusión, en ambos casos, no es todo lo satisfactoria que promete todo lo que lleva a ella.
Y es que Ad Astra no es otra cosa que una película de aventuras maquillada en un drama metafísico galáctico que busca tamizar el grueso de su formato de ciencia ficción pura, que no dura, con un objetivo discreto que normaliza lo increíble. Así, en el universo de la película, la Luna es ya casi un centro comercial, Marte es una lanzadera para otros planetas y las construcciones de la Tierra llegan hasta la estratosfera tranquilamente. Pero nada de eso nos sacude, nada nos altera. El hecho de que una secuencia sacada de Mad Max en otro astro se asimile como algo cotidiano, tiene algo de trepidante por sí mismo, más allá de que esa, junto a otro buen montón de secuencias, sea inmensa a nivel de planificación y acabado formal. Los diferentes episodios que Roy McBride va experimentando no son más que paradas de picoteo en un universo propio que Gray quiere que percibamos como un todo más grande. Ecos de aventura galáctica sobria, deudores de Atmósfera Cero o 2010, odisea dos —más que a la de Kubrick—, de cuyo director, Peter Hyams, parece que Gray es admirador, dadas también las pequeñas pinceladas marcianas de Capricornio Uno.
Todas esas secuencias aisladas se concatenan gracias a un enigma que hace avanzar el relato para el espectador al mismo tiempo que lo hace el personaje de Pitt, basculando entre un misterio que se intuye un poco MacGuffin y un monólogo interior que parece narrar lo que vemos desde una perspectiva intimista, sin acabar de encontrar la respuesta introspectiva que busca ni siendo un recurso de estilo que deje impronta. Hay un pulso entre la propuesta de aventura de ciencia ficción abierta y la digestión personal del vacío. Durante buena parte del metraje podemos observar esa lucha entre planos abiertos, exuberantes, con tendencia a lo sublime, y los más cerrados, de drama puro, a la cara de compungido de Brad Pitt, a sus ojos hambrientos de respuestas. Ese pulso acaba decantándose por el conflicto humano, por lo que incluso los mejores momentos de Ad Astra, los que parecen confluir en una revelación in crescendo, quedan desdibujados por la necesidad final de al menos una buena escena (o escenas) a la altura de todo lo anterior.
No es que su conclusión no sea satisfactoria, pero afirmar que está a la altura de la propuesta hasta ese momento, de las trepidantes —a su manera— escenas de entrada y salida a la Luna o Marte no sería ser honesto. Y si hay algo que no hace deslizar con soltura su montante emocional es que el guion no solo no es tan profundo sino que en ocasiones puede resultar ridículo, cuando la información que aporta la voz en off no es más que una reiteración de lo que está expuesto en pantalla. Los esporádicos soliloquios de Roy, entre la bitácora naval y el pensamiento en alto, se revelan insustanciales, mucho menos metafísicos de lo que pretende su literatura, tampoco pedantes pero definitivamente dudosos dado el desarrollo del personaje que, dicho sea de paso, tiene un conflicto marital que convierte el irrelevante papel de la esposa de Percy Fawcett, de Z. La ciudad perdida, en una presencia fantasmal en el caso de Liv Tyler. Algo que se puede extender a otros secundarios, con grandes actores como Donald Sutherland —cuya presencia junto a Tommy Lee Jones recuerda a tiempos de Space Cowboys— o Ruth Negga, cuyos personajes, en el fondo, solo existen para funcionar como elementos de exposición de manual, enseñándole vídeos a Roy, en un bucle narrativo simétrico que no encuentra mucha explicación salvo pereza en el libreto.
Donde en First Man la ciencia funcionaba como fantástico, cuando se llevaba un hecho histórico a nivel puramente sentimental, logrando un alunizaje sobrecogedor en lo íntimo, Ad Astra despoja tanto de emociones su planteamiento fantástico que acaba por no traspasar la línea de contemplación de un personaje. Vemos un reportaje de perfiles, primeros planos y miradas de un Brad Pitt recuperado pero ajado, cansado y con ganas de redención—y de Óscar—, pero no tanto al astronauta y sus problemas. Ninguno de esos baches, empero, suponen una lastra en el ritmo y el film se mueve con ambición y pulso, redondeando un blockbuster artie bastante inusual, a ratos fascinante, incluso con una particular interpretación del horror cósmico que más que a Solaris evoca a Sunshine e incluso Horizonte Final, pero en vez de posesiones e influencia de lo desconocido, hay y melancolía espacial dura, depresiones de niveles estelares y vacíos emocionales como agujeros negros.