Crítica de "Psycho Goreman". Alocada, excéntrica... puro latex televisivo.
Por Redacción
Publicado el 15/10/2020
¿Que pasaría si a los Power Rangers le agregasen una loquísima capa de gore y violencia?
Los niños de los noventa, especialmente los occidentales, serían capaces de reconocer la melodía de guitarra de los Power Rangers en apenas unos riffs. Lo que no tantos saben es que la creación norteamericana parte de una tradición japonesa, la del género Tokusatsu, en la que protagonistas de rencauchutada armadura se pelean contra monstruos construidos a base de látex en batallas llenas de golpes con chispazo. ¿Qué pasaría si a alguna de estas series, de corte claramente infantil e inocente, se le pusiera una loquísima capa de gore y violencia? Pues la respuesta existe, se titula Psycho Goreman (Steven Kostanki, 2020), una de las películas más inclasificables del año.
Un peligroso villano intergaláctico es capturado y enterrado en la Tierra, donde permanece durmiente hasta que dos niños (cabrones) lo despiertan de su letargo. Ansioso de destrucción y venganza, el monstruo del espacio exterior tendrá que aguantarse y responder frente a la niña pequeña que lo ha despertado, ya que guarda con ella la piedra capaz de controlarlo. Los dos hermanos y el destructor de mundo, al que apodan cariñosamente ‘Psycho Goreman’, iniciarán una serie de aventuras que mezclan la comedia familiar, las luchas contra enemigos ancestrales y la creación de adorables monstruos asquerosos y desfigurados.
El director de The Void da un volantazo respecto a su anterior obra y se lleva con él el gusto por el látex y los efectos prácticos, creando una extrañísima comedia naive con aires de Nickolodeon y violencia extrema que no cabría en ninguna categoría sencilla. Hiperbólica, llena de gags infantiles y exagerado gore ochentero, la película recupera las mañanas de televisión de fin de semana con una mala baba desequilibrada y esquizofrénica. Lo mismo la película se para en un videoclip digno de Disney Channel y, minutos después, te muestra al monstruito del título derritiendo la cara a un policía local. Es una obra demencial, sin control, tan pura que es imposible no divertirse con ella.
La historia se desarrolla a machetazos, con una lógica voluntariamente infantil. Esta evocación a una infancia trastornada da momentos geniales como los del juego de pelota (¿por qué viste a Psycho Goreman de Sam Neill en Jurassic Park?), los running gag de revistas porno o los secundarios sacados de un compendio de la serie de Saban. Son geniales los momentos en los que aparecen los muñecos alienígenas, cada uno con su entrañable diseño sacado directamente de un fanzine comprado en el último quiosco del salón del cómic. Todo desprende esa mezcla entre inocencia, mala baba y pasión por el género puro, sin cortes, sin lógica ni frenos.
Heredera de Mutronics y de un capítulo de Power Rangers hasta arriba de alucinógenos, Psycho Goreman está destinada (como su predecesora) a convertirse en una obra de culto. Una película digna del fondo de videoclub de barrio, una de esas cintas con carátula enorme que tus padres alquilaban sin querer ni saber a qué estaban exponiendo a sus hijos. Sacará de quicio a más de uno y seguramente no sea un plato fácil de digerir para la mayoría, pero aquellos que conecten con su alocada propuesta la guardarán en su pequeño corazón o, al menos, en aquel lugar destinado a las rarezas que recuperar en su horario perfecto: a altas horas de madrugada, rodeado de adultos que alguna vez soñaron con metamorfosearse.
Lo mejor: su alocado conjunto de chistes y villanos, puro látex televisivo.
Lo peor: es una película demasiado excéntrica y, a veces, puede sacar de quicio.
Por Carlos Marín.
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