Fecha de estreno española de "Prisioneros de Ghostland", lo nuevo de Nicolas Cage
Por Redacción
Publicado el 05/01/2022
Tras su paso por festivales, este mes llegará a nuestros cines la película dirigida por Sion Sono
Tras su paso el pasado año por festivales como Sitges o la Semana de Terror de San Sebastián, será el próximo 28 de enero cuando Prisioneros de Ghostland llegue a los cines españoles.
Se trata del debut americano de Sion Sono ("Why Don´t You Play in Hell?"), que se ha encargado de protagonizar Nicolas Cage acompañado por Sofia Boutella, Ed Skrein, Nick Cassavetes o Bill Moseley entre otros.
La película es la historia de un célebre y heroico criminal (Cage) que es enviado a una misión para rescatar a una chica que ha desaparecido en un oscuro universo sobrenatural. Ambos deberán escapar de la maldición que los ata y librarse de los seres que gobiernan Ghostland, un vórtice tan bello como violento.
Crítica de "Prisioneros de Ghostland"
Pudiera parecer, conforme a su meteórica trayectoria en la última década, que Nicolas Cage necesita pagar demasiadas facturas, o que persigue batir algún absurdo récord, pero si nos paramos a revisar el tropel de títulos en los que ha participado en este segundo ciclo de su carrera, por caótico que parezca, se aprecia cierto patrón. Ni la calidad, ni la rentabilidad, ni el presupuesto ni la crítica parecen pesar tanto en las decisiones del californiano como el hecho de garantizarse papeles estrafalarios en propuestas excéntricas. Cage está intentando acaparar un nicho del cine marginal, un formato híbrido entre la serie B y el arthouse donde cohabitan las fumadas narrativas y las audiovisuales. De confirmarse esto, su colaboración con Sion Sono, que en cuanto a disparates cinematográficos se mueve como pez en el agua, no debería pillarnos por sorpresa; Sono le va a Cage como anillo al dedo, y viceversa.
En un futuro impreciso, en una tierra imprecisa, un holocausto nuclear provoca extraños fenómenos en una ciudad; por un lado, las víctimas se convierten en fantasmas y/o mutantes, y por otro, la explosión detiene el tiempo dentro de sus fronteras; una especie de maldición. A cierta distancia de la conocida como Ghostland se asienta Samurai Town, un pastiche cultural donde conviven geishas, cowboys y samuráis. Poco sabemos de estas dos ciudades, podrían ser las únicas en todo el planeta. El (anti)héroe de esta historia, apodado simplemente “Héroe”, en clave de mofa, debe cumplir la misión que le ha endosado el Gobernador de Samurai Town: rescatar a su hija Bernice, que se encuentra prisionera en las peligrosas tierras de Ghostland, literalmente, en cuerpo y alma. “Héroe”, condenado por un atraco malogrado, obtendrá la libertad si lo consigue, o morirá en el intento. Las garantías del acuerdo vienen implícitas en el traje de cuero negro que le obligan a enfundarse, con dispositivos explosivos repartidos en partes escogidas, del cuello a los codos, pasando por los testículos: si abofetea a la dama en apuros, adiós manos, si siente impulsos inapropiados, adiós huevos. Básicamente la misma premisa que cierto clásico de John Carpenter, pero con bombas en vez de veneno.
Nada parece tener sentido en Prisioneros de Ghostland, y cuando lo tiene es aún peor. Aclaremos este punto: hacer cine sin sentido no es malo ni raro, de hecho, incontables películas sólo funcionan alejándose de los esquemas convencionales. Ni siquiera viene esto a señalar que una película, por no estar sujeta a la lógica, sea estúpida; los estímulos pueden (y suelen) llegar por muchas vías al margen de una historia. El problema con la cinta de Sono es que está planteada como un entretenimiento descerebrado, y ni siquiera apagando el cerebro funciona. No es tan loca, ni tan macarra ni tan onírica; quiere desfasar por encima de sus posibilidades. Ni los intermitentes esfuerzos del japonés por desconcertar al público, ni los intentos desesperados de Cage por seguir viralizándose en forma de meme pasan de bufonadas poco inspiradas y mal ejecutadas. Esto es aplicable a las coreografías de las peleas, que en teoría son otro de sus puntos fuertes, y resultan de una sosería insoportable. Toda la imaginería impactante funciona a medio gas y arrastra una desgana contagiosa, que es lo peor que puede pasarle a una película que sacrifica la narrativa como andamio de su entretenimiento. El mestizaje cultural tiene un punto estimulante, aunque venga en parte forzado por las propias condiciones de la Producción; que esta fusión posmoderna de western samurái parezca, debido a su miserable factura, una versión cutre de Port Aventura con extras de los Village People, y las ruinas postapolípticas se acerquen más a un vertedero de cartón-piedra que a las tierras baldías de Mad Max, no le hace ningún favor. El trauma nuclear nipón en este contexto, por otro lado, suena más a inercia que a crítica política. Tampoco le favorece cruzar las líneas rojas de la referencialidad: si el personaje de Cage, al comienzo, parece un émulo desdibujado de Snake Plissken, avanzada la trama pervierte un momento icónico de Ash Williams en Army of Darkness; homenajear es bonito, salvo cuando se hace mal.
El salvajismo de Sion Sono, en tierras yanquis, bajo el sello de XYZ, tiene la fiereza de un tigre domesticado. Todo amago de locura en Prisioneros de Ghostland parece bajo control, incluso la de sus actores, y ya no sólo las caricaturas de Nicolas Cage, el sadismo histriónico de Bill Moseley (el Gobernador) también parece residual de su catálogo de personajes habituales.
Si entras en el juego del hype, mentalizado de que vas a ver una frikada gamberra de colegas-birras-risas, quizás tengas la suerte de caer en la magia del autoengaño y pases un buen rato, aunque también corres el peligro de que esas expectativas contribuyan a dinamitar la experiencia. Si la idea es reírse de las excentricidades de Cage en postales lisérgicas, hay opciones mucho mejores.
Por Jedediah.
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