The Ritual » Crítica

Por Carlos Marín

The Ritual tiene unos preciosos atributos intrínsecos a la literatura de terror: profundidad de personajes, peligrosa estructura-río y profundidad dramática por encima de la formal. Y en todas acierta la hijaputa; ya sea por su origen como adaptación de novela o controlada por un David Bruckner (hasta ahora el realizador con el mejor segmento de ‘The Signal’, ‘V/H/S’ Y ‘Southbound) , que conoce y respeta los valores de la artesanía en el horror. Una fantasía pagana adulta, sin pretensiones más allá de controlar su historia en el marco propuesto y con un respeto por su espectador que es de quitarse el sombrero.

Arrancamos, como toda buena historia, en un pub. Cinco amigos preparan su próximo viaje de machirulos sin saber que, en minutos, uno de ellos morirá de manera violenta. Un año después, lo que parecía ser un viaje-homenaje al compañero caído se convierte en una auténtica pesadilla cuando, ignorando que viven en una película de terror, los protagonistas se adentren en la profundidad del bosque “porque es un atajo”. Ja. Ja. Lo que se les presentará a continuación es una escalada de brujería, alucinaciones y desorientación que ríete tú de los chavales aquellos que se perdieron en Blair.

Bruckner maneja la atmósfera y el tempo como el que suelta cuerda para bajar un barranco. La información despierta de manera gradual, situándonos a la altura de los personajes y siempre confiando en que el conflicto interno (la muerte del amigo) prime por el conflicto externo (qué coño hay en el bosque). Huye con criterio del modelo “todos contra todos” o “qué es real” en situación límite para alimentar a los pequeños Lovecraft y Stephen King que viven en ella. Es en todo momento una película de terror, no se esconde, no lo vandaliza ni lo celebra. Simplemente lo acepta.

La mencionada estructura-río peca de capitular y, llegado cierto momento, preocupa el callejón en el que podría haberse quedado atrapada. Pero no, sus responsables son más inteligentes y convierten el descubrimiento de misterios en más pérdidas y horrores, dejando poso de buen sabor terrorífico sin ningún tipo de desconcierto. De crítica sobre la amistad a ensayo sobre el miedo sin perder un ápice de entretenimiento. No lo hace cualquiera.

Resultado ejemplar para lo que, a veces, es capaz de mostrarnos el género: madurez audiovisual, narrativa y coral al servicio siempre, siempre, siempre de la historia (que no de la trama). Una fiesta pagana para amantes del horror cósmico, los ávidos lectores de las montañas de Maine o los adoradores de los libros de sangre. Divertida por los motivos adecuados y emocionante hasta sus últimos minutos. No sé si es el cine de género que nos merecemos; pero sí es el que siempre nos queremos encontrar.

Lo mejor: la madurez y confianza en su propia historia, por encima de la formalidad de cámara.

Lo peor: su seguimiento en línea corre peligro de abandono antes de la traca final.

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